La Voz Bautista

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Generación de Cristal

Columna de opinión

«Generación de cristal» es un término que hemos escuchado frecuentemente en este último tiempo. Infinidad de comentarios y memes en las redes sociales aluden, se ríen de y critican a esta generación de jóvenes, señalando que son demasiado débiles, que no soportan la magnitud de cargas que tienen que llevar, que manifiestan una hipersensibilidad a las situaciones de la vida, aun cuando se les han brindado todas las posibilidades y comodidades, aun cuando tienen todo lo material necesario y aun cuando viven en un mundo conectado y globalizado.

Puede ser, todo puede ser. Sin embargo, ¿qué se esconde detrás de esta generación? O bien, ¿qué escoden aquellas críticas despiadadas? Incluso las he visto de queridos hermanos y hermanas en Cristo, que lanzan dardos de sabiduría en el amor del Señor, creyendo que con aquellas palabras aportaran en el enderezamiento de aquellos jovencitos y jovencitas que tanto lo necesitan, y que se han rebelado a la moral y las buenas costumbres (por cierto, fui irónica).

Pero vayamos por parte. En serio, creo que hay harto que decir entorno a este fenómeno llamado «Generación de cristal», y no tan solo decir, sino que leer, escuchar, mirar, apreciar, reflexionar, replantear y amar. Por el momento, compartiré algunas características que creo observar en esta generación:

Una generación carente. Sí, carente. Porque, aunque parezca tenerlo todo, no tiene mucho, sólo cosas materiales (y en el mejor de casos). Lamentablemente, la generación de cristal es una generación víctima de aquellos padres y madres que buscaron suplir en sus hijos las carencias propias. Pero, ¿cómo aprende un ser humano a suplir sus carencias en otro? La tendencia primera es: «dar lo que no tuve». Y eso es exactamente lo que vive esta generación, tienen todo lo que sus padres no tuvieron (conexión a internet, educación al alcance de la mano, diversión, descanso, etc.). Lo que no se preve, es que aquella estrategia limita las sigilosas oportunidades que nos brinda la vida para aprender habilidades fundamentales como, por ejemplo, tolerar la frustración, esperar lo que se desea, crear a partir del aburrimiento, saber recibir un no como respuesta, entre tantas enseñanzas más (algo similar a lo que se está hablando en relación a los niños pandemia, esos que no han tenido la oportunidad de desarrollar los anticuerpos necesarios, por lo que se enferman más).

Una generación honesta. Honesta porque no tiene nada que perder. Porque no vive la necesidad permanente de esconderse detrás de un status, de un apellido, de una clase social, de una religión. Honesta porque aquellas cosas que estuvieron escondidas en la familia, ya salieron a la luz y, por lo tanto, ya se vivió esa vergüenza social a la cual tanto se le temía. Esta generación no tiene la necesidad imperiosa de aparentar ser algo que no es, porque lo que es hoy de visualiza, se comparte, se respeta. La generación de cristal es una generación que no teme decir lo que siente, que no tiene que hacerse la fuerte, que puede dialogar con otras generaciones sin el peso de asentir todo solo por respeto. Esta generación es capaz de decirnos las cosas que no queremos oír y de darnos una mirada más realista de lo vivido.

Una generación de cambio. Que tiene el mundo en sus manos, y con ello, disponibles todas las herramientas necesarias para generar grandes transformaciones en cada uno de los ámbitos de la vida de los seres humanos. Además, una generación que no está dispuesta a seguir contribuyendo al mantenimiento de sistemas económicos, sociales y culturales obsoletos, pero que sí podría estar dispuesta a pagar el precio que conlleva ser disidente. Jóvenes protagonistas, reflexivos y críticos de las estructuras establecidas, jóvenes que no aceptan un «porque sí; porque yo lo digo», jóvenes que están construyendo su espacio intentando hacer de él un mundo mejor.

Y una generación de oportunidades. Si bien las carencias, la honestidad y el cambio se desenvuelven con mayor o menor efusividad en la particularidad de cada uno de los ciclos vitales de estos jóvenes, hoy en día, tanto para la generación de cristal y para todos los que les rodeamos, existe una posibilidad en esta realidad. Un cambio de paradigma tiene como motor la crisis, y en ello, una infinidad de oportunidades para repensar y seguir construyendo el mundo que nos rodea. La generación de cristal vive la crisis en esencia, y desde ahí se nos abren nuevas oportunidades de reflexión, oportunidades para la unidad, oportunidades para hablar de salud mental, de resiliencia, de debilidad y fortaleza, oportunidades para el diálogo y el compartir, oportunidades para construir desde lo aprendido, desde el reconocimiento de los errores, desde una nueva sensibilidad. Oportunidades, oportunidades, y oportunidades.

Ciertamente, y lo reitero, cada situación es particularmente única y diferente una de otra, y por lo mismo, me parece sabio poder considerar algunos elementos antes de referirnos de cierta manera a esta generación que ha dado mucho de qué hablar.

En primer lugar, perspectiva, y con esto me refiero también a distancia y tiempo. Es decir, es necesario mirar desde un poco más lejos de donde estamos parados, ver desde otros ángulos, desde otras facetas. Detenernos y callar, observar, reflexionar, esperar y distinguir los elementos involucrados. La perspectiva nos da la chance de darnos cuenta de que las conductas aprendidas en los jóvenes no son porque sí y nada más, sino que responden en gran porcentaje al contexto que las rodea, y que, por lo tanto, las cosas no son tan antojadizas como podríamos pensar.

Otro elemento es la gracia,porque, ¿quién de nosotros está dispuesto a tirar la primera piedra? A veces, y con demasiada facilidad, diría yo, se nos olvida que alguien mostró su gracia primero con nosotros mismos, y que nos equivocamos más veces de las que creemos. Incluso, que nos equivocamos en cosas que aún no sabemos. Este olvido, quizás involuntario, ha causado y puede causar mucho dolor en aquellos que reciben nuestras piedras. El ser un defensor de la fe y un ejemplo de cristiano perfecto significa también ser defensor y practicante fiel de la gracia, con todo lo que ello implica desde lo práctico de la vida cotidiana.

Y, en tercer lugar, amor. Y me refiero aquí al único y exclusivo amor que proviene de Dios y que fue demostrado a nivel de nuestro entendimiento y comprensión en la persona de Jesús. Ese amor que desafía lo «correcto», ese amor que derriba prejuicios, ese amor que no se avergüenza, ese amor que desea el bien del otro, ese amor que ve lo bueno en el otro, ese amor que reconoce el valor del otro, ese amor que conocemos sólo porque Él nos amó así aun cuando no lo merecíamos.

En conclusión. Estamos siendo testigos de una muy particular generación de jóvenes, que aún estamos descubriendo y conociendo. No son ni mejores ni peores que ninguno de nosotros, pues vienen de la misma fábrica. Pero lo que sí son, jóvenes valiosos, con dones y habilidades que estaban guardados en lo profundo de la sociedad, jóvenes con un futuro expectante, lleno de potencial, y también son los que están tomando las riendas de este mundo. Procuremos caminar pastoralmente y construir la vida junto a ellos, tal como lo hizo Jesús con aquellos jóvenes imperfectos, desde el consejo y no desde la crítica fría y dura, desde la inclusión y no desde la segregación, desde el diálogo y no desde el silencio, desde lo que edifica y no desde lo que destruye, desde la paz y no desde el conflicto, desde la misericordia y no desde juicio. Sencillamente, caminemos desde el amor.

Claudia Villarroel Lefiguala
Bachiller en Teología

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